Ignacio Nart y Javier Nart
Mientras los productores de crudo árabes reducen el suministro, potencias emergentes como China e India piden cada vez más.
No es realista contar con que esa capacidad perdida pueda ser reemplazada por otros países a corto plazo. El excedente en la capacidad de extracción de los miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) -que constituye el 80 por ciento de las reservas mundiales- ronda los cuatro millones de barriles al día, pero si restamos la merma de Libia ese margen se reduce a 2,5 millones barriles diarios que se esfumarán a medida que la recuperación económica global progrese.
Arabia Saudita, en su papel autoimpuesto de Banco Central del petróleo -no en vano contabiliza 3,3 de esos cuatro millones de barriles de capacidad de bombeo extra- ha incrementado su producción en 200.000 barriles, hasta un total de nueve millones de barriles diarios. Pero no parece confiar en que la producción de crudo a nivel global pueda normalizarse en los próximos años. El grupo petrolero Saudi Aramco ha encargado 118 nuevos equipos de perforación, lo que triplicará su capacidad actual de bombeo.
En esta ocasión no les mueve solamente su tradicional preocupación por estabilizar los precios y el mercado. Existen, además, poderosos imperativos domésticos en los que la monarquía y los príncipes saudíes que detentan el poder se juegan su futuro y privilegios.
Arabia Saudita, un país con carencias
Servida por seis millones de trabajadores y técnicos extranjeros, una población de 20 millones con una edad media de 25 años y mayoritariamente urbana se enfrenta al mundo moderno con graves carencias educativas y técnicas. Una cultura inmovilista y una deficiente ética de trabajo lastran a su pueblo en el mercado laboral y a su sociedad a la hora de crear empresas capaces de competir globalmente. No es oro todo lo que reluce: la renta per cápita es de 24.200 dólares (algo más de 16.000 euros), un 18 por ciento por ciento inferior a la española, pero infinitamente peor distribuida.
La nobleza principesca saudí está inquieta. ¿Es el fin de una época? ¿El pueblo al poder? ¿Son ecos de la Revolución Francesa? Sea lo que fuere, el rey Abdallah bin Abd al-Aziz parece haber tomado una página del libro de recetas de nuestro mejor Zapatero y ha anunciado un generoso programa de gasto público. Prevé construir medio millón de casas a precios subvencionados, un aumento del 15 por ciento para todos los trabajadores en el sector público, subsidios a desempleados y un largo etcétera, por un monto total de 129.000 millones de dólares (87.000 millones de euros).
Un programa adicional de gasto -equivalente al 50 por ciento de todos los ingresos del pasado año -que contribuirá a desequilibrar todavía más unos Presupuestos de Estado deficitarios a pesar del aumento de los precios del petróleo durante estos años.
Pero no están solos en sus preocupaciones; otros miembros de la OPEP, como Kuwait y los seis miembros del Consejo de Cooperación del Golfo, se han sumado a esta política de aguinaldos.
De lo que sí estamos seguros es de que esa factura por Gastos Varios de Contención y Estabilidad la cargarán en la cuenta de los países consumidores de petróleo. Si en el pasado Arabia Saudita podía equilibrar sus cuentas públicas con un precio de 83 dólares por barril según el Centre for Global Energy Studies de Londres, ahora están abocados a preservar y respaldar la subida inicial puramente especulativa de los mercados. El precio del barril Brent ha tocado su máximo del año con 126,48 dólares, lo que significa que el oro negro está un 50 por ciento más caro que hace 12 meses. Aunque los analistas más optimistas ven esto como un mero repunte, sus predicciones para el futuro no bajan de 100 dólares por barril. Así que conformémonos con los 100 dólares y recemos para no consolidar los 126.
Menos petróleo del necesario
Si es que esto es posible. Según el informe de abril de la Agencia Internacional de Energía, la producción diaria es de 89 millones de barriles día, una cifra que, descontadas las discrepancias estadísticas, es ligeramente inferior a la demanda de 90 millones.
Los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) representamos un 53 por ciento de la demanda global y contamos con reservas suficientes para cubrir unos dos meses de consumo, según datos de la Agencia Internacional de Energía. Sin embargo, China e India están todavía constituyendo sus reservas estratégicas. Cabe esperar que los recientes sucesos en los países productores les lleven a acelerar este proceso, creando una demanda adicional que presionará al alza los precios del crudo.
China, que importa el 50 por ciento de sus necesidades de oro negro, planea acumular en los próximos nueve años 300 millones de barriles adicionales y constituir reservas suficientes para cubrir tres meses de consumo; unos 500 millones. India necesita otros 200 millones de barriles con el mismo fin. Su demanda sumará, pues, 500 millones, a razón de 55 millones por año durante nueve años, que vendrán a sumarse a nuestro consumo actual de 90 millones barriles diarios frente a una producción de 89 millones cada día.
Arabia Saudita, con un 25 por ciento del total de las reservas conocidas y con capacidad de aumentar su producción a corto plazo, es vital para la economía mundial. Los menores indicios de inestabilidad en el reino pueden desatar una conmoción socio-económica que dejaría en pañales a la crisis financiera que estamos sufriendo.
Son tiempos de cambio; estamos presenciando lenta pero inexorablemente un fin de época y el nacimiento de algo nuevo. Hay miedo en los mercados. Los cambios en OMNA (Oriente Medio y Norte de África), que produce un tercio de todo el petróleo consumido, es la preocupación du jour. No será una crisis pasajera. Los antiguos regímenes se tambalean, caen como fichas de dominó.
Arabia Saudita, rodeada por regímenes inestables en todas sus fronteras, está en el centro de todas las preocupaciones. Al norte tiene a Jordania y a Siria, esta última en plena ebullición, que pugna por librarse de la férula alauita de los al-Assad; al este Bahréin y mas allá, en la otra orilla, Irán, un régimen teocrático chiíta históricamente hostil; al sur, Yemen, una bomba de efecto retardado en donde Al Qaeda ha sentado sus reales enquistado y amenazante.
El incierto futuro de la zona
Yemen es una bomba demográfica: hoy tiene 26 millones de habitantes, pero contará con 60 millones en 2050. El petróleo, su mayor fuente de ingresos, se agotará en unos seis años. Dentro de 30 días, su contestado presidente Saleh tendrá que abandonar el poder y se abrirá un periodo incierto e inestable de frágiles y cambiantes alianzas entre clanes y tribus. Al este, Bahréin, gobernada por la dinastía suní al-Khalifa, es un estado isleño unido a Arabia Saudita por un largo cordón umbilical: el puente Rey Fhad, de 25 kilómetros de longitud.
Bahréin bien podría ser la herida infectada por donde se desangre Arabia Saudita. A diferencia de esta última, no cuenta con el bálsamo de extensos ingresos petroleros para acallar a una población chiíta marginalizada y en la que se ha llevado a cabo una política deliberada de reducirles a un gueto demográfico mediante una política de inmigración que favorece y concede la ciudanía a inmigrantes sunitas, incluso aquellos de origen pakistaní y a los cuales -a diferencia de la población chiíta autóctona – les está abierto el ingreso en la policía y el ejército.
La zona más propensa al contagio de esa sangría son las provincias del este en Arabia Saudita, de población mayoritariamente chiíta, donde se encuentran los grandes yacimientos de crudo: Ghawar, Qatif, Abu Safa, la gigantesca terminal portuaria de Ras Tanura y la sede de Saudi Aramco en Dharan.
Las autoridades sauditas, remisas a contabilizar ajustadamente a sus nacionales de confesión chiíta, la cifran en tres millones -el 15 por ciento de su población- que, al igual que sus correligionarios de Bahréin, están siendo discriminados desde hace décadas.
Marginalizados económicamente, sin acceso a empleos gubernamentales, el ejército o la policía. Denunciados como heréticos y apóstatas, se les deniega sistemáticamente las licencias para construir sus mezquitas y Husseriniyas (centros comunitarios) así como los permisos para publicar textos religiosos y publicaciones destinados a su comunidad.
Si las divisiones entre sunís o chiítas nos parecen triviales, sólo tenemos que mirar nuestra propia historia y recordar las hondas divisiones culturales, sociales y de desarrollo que se dieron entre católicos y protestantes y que todavía aletean entre nosotros, así como las crueles guerras de religión que en el pasado desencadenaron.
Los problemas de una Arabia Saudita con una latente división interna, en una situación estratégica muy complicada y poseedora de recursos vitales para el mundo, son los problemas de todos. Existe una necesidad imperiosa de acompañar a la monarquía saudí en ese camino difícil que la conducirá hacia una sociedad moderna, democrática y fiel a sus mejores tradiciones islámicas. Occidente no es necesariamente su camino; Arabia Saudita en particular y el Islam en general tienen que acudir a sus esencias y reinventarse para ocupar su lugar legítimo en el mundo moderno.
Aires de cambio
La emergencia de una nueva clase media, consecuencia del desarrollo y una creciente escolarización, hace inviable el anacrónico feudalismo distribuidor de la cada vez más problemática opulencia (supuesto saudí) como, peor aún, la represión en la escasez de economías fracasadas y corruptas (como es el caso sirio).
El Islam deberá sufrir el mismo viento de cambio que transformó la cristiana Europa desde su pasado teocrático a su presente democrático. Un viento llamado Ilustración. Un dato: España publica en un año tantos títulos como el mundo islámico del Atlántico al Indo. Porque la riqueza no rentista es hija del desarrollo y nieta del conocimiento. Y su apellido común es Libertad.