En lacartadelabolsa ya hemos hablado del tema, lo recordarán, pero las cosas están tomando una deriva por la que vale la pena volver sobre el asunto, no para resolver nada, pero sí para saber a qué atenernos, para calibrar qué se nos viene encima.
En los países democráticos los Gobiernos son elegidos por el pueblo, y los Parlamentos; tales elecciones se realizan en base a unos programas que son votados por los electores cada cuando se estipula, la pregunta es, ¿representan esos Gobiernos y esos Parlamentos la voluntad popular durante todo el período de vigencia de la elección?. Lo que pienso: sí cuando las cosas van bien, en absoluto cuando van mal.
Cuando ‘España iba bien’, cualquier decisión que tomase cualquier Gobierno regional, municipal o el Gobierno del reino estaba bien: servía, o al menos eso se creía, para ir-a-más, para prosperar, para avanzar; claro que habían críticas pero en la mayoría de los casos todos sacaban provecho de lo que se decidiera y había para todos, o para la inmensa mayoría, e ir en contra de lo decidido significaba poner palos en las ruedas del progreso. Pero cuando las cosas van mal, las cañas se tornan lanzas.
Las noticias de los parlamentarios griegos aprobando por un margen de seis votos un plan que sólo va a servir para empobrecer a una población que ya estaba condenada al empobrecimiento mientras las fotos tomadas fuera del Parlamento griego mostraban a una muchedumbre vociferante contra lo que dentro del edificio se estaba aprobando hacen reconsiderar la afirmación anterior, lo que lleva a muchas consideraciones y a la pregunta con que se encabezaban estas líneas: ¿representan esos Gobiernos y esos Parlamentos la voluntad popular durante todo el período de vigencia de la elección?.
Vayamos más allá, ¿por qué se eligen a Gobiernos y Parlamentos?, ¿por qué se ha dado al pueblo la capacidad de elegir a quienes tienen que gobernarle?. Por una sola razón: por utilidad: se acepta mejor aquello en lo que se participa, se asume mejor lo que nace de algo en lo que se contribuye. Pero esto que parece tan lógico deja de serlo cuando la realidad se tuerce y llegan los momentos terribles.
Durante décadas, desde el final de la II Guerra Mundial y salvo momentos concretos, todo ha ido a más, los padres han dado por sentado que sus hijos vivirían mejor que ellos del mismo modo que ellos estaban viviendo mejor que sus padres, algunos más que otros, cierto, pero todos, en general, mejor; hasta hoy. Hoy las cosas están peor que ayer y mejor que mañana. La crisis sistémica en la que el modelo ha entrado al agotarse sus resortes ha abocado a una creciente problematización de las estructuras nacidas en un entorno de bienestar, entre ellas las políticas.
Cuando los parlamentarios griegos votaron a favor, o en contra, del diluvio de fuego y azufre que va a caer sobre la población griega, ¿eran conscientes de qué estaban votando?, ¿pensaban en las personas que les habían elegido?, ¿tenían claras las consecuencias que sus votos iban a tener?, ¿conocían los orígenes de la vorágine que había generado la problemática que había dado lugar a las propuestas que estaban votando?. Decíamos los griegos pero pueden leer los españoles, los franceses, los japoneses o los estadounidenses. Porque la pregunta sigue ahí: ¿representan esos Gobiernos y esos Parlamentos la voluntad popular durante todo el período de vigencia de las elecciones en las que han sido elegidos?.
El quid de la cuestión está en el pueblo. El pueblo fue quien construyó las pirámides de Egipto, quien integró las legiones que ocuparon la Galia, quien levantó las catedrales y quien colonizó la Molucas y Nueva España, quien murió en la Guerra de los Treinta Años, quien trabajaba catorce horas al día durante la I Revolución Industrial, y fue quien consumió en los 60 los bienes que fabricaba a plena ocupación de una capacidad industrial pujante, quien se hipotecó a cincuenta años para adquirir una vivienda e irse vacaciones a las Maldivas, el mismo que cada vez es menos necesario y que ahora va a padecer los ajustes que exigen los mercados.
El pueblo fue esclavo cuando convino, cuando fue necesario fue guerrero, productor cuando lo requirió el guión y consumidor cuando había que dar salida a lo que se fabricaba, y votante en el último medio siglo. Antes ni tenía que representar ni tenía que ser representado: no era necesario, sí ahora: por ello es conveniente, por ello se elige a Gobiernos y a Parlamentos, para que decidan la puesta en marcha de los planes de ajuste que solicitan los mercados a fin de dar su bendición a los rescates precisos que palien los problemas que desencadenó el modelo de crecimiento que permitió que ese pueblo estuviese ocupado, que consumiese y que eligiese a esos parlamentarios que le representa y a ese Gobierno que le gobierna.
La evolución es así.
(¿En España?, ya ven: el próximo informe del FMI sobre el reino. Habla de recortar, de podar, de reducir, de eliminar, de rebajar, de sajar y de pulir, pero no de invertir, de capitalizar, de mejorar la productividad, de eliminar el fraude fiscal. Está claro el camino de la evolución española, ¿verdad?. Al final hay que volver a los cásicos: ‘Cada oveja con su pareja’, y la pareja de España: de España, no de tal micro empresa megaespecilizada en aquella supercosa, no de esta/e superexperta/o en aquella otra, parece que ya trazado; y el de la micro empresa y el de la/el superexperta/o, también).
Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. Facultad de Economía IQS. Universidad Ramon Llull.