- «Roger Federer se merecía este título más que yo».
Con estas palabras, el tenista español, Rafa Nadal, reconoció la superioridad de su oponente en la final del Open de Australia, Roger Federer, y añadió:
- «Lo primero, tengo que felicitar a Roger y a todo su equipo. Después de tanto tiempo fuera de las pistas, ha sido asombroso el nivel que ha alcanzado. El trabajo que has hecho para estar en forma te ha dado frutos».
Si algo caracteriza a este tenista español, considerado como uno de los mejores jugadores de la historia a nivel mundial, es su nobleza profesional y humana: la sencillez ante el triunfo, y el valor ante el fracaso.
El sabe bien que el trabajo es el protagonista de su vida, y que el sacrificio de hoy, es el éxito del mañana.
Rafael Nadal, no brilla por el reflejo de ningún astro cercano; resplandece con la luz, no de la suerte, sino de la voluntad; no del azar, sino de la disciplina como hábito de comportamiento. El lugar que hoy ocupa en el Olimpo de los elegidos, es el fruto de su sacrificio. Es el laurel que finalmente corona a los que perseveran.
Analizando el mundo que nos rodea, el gran tenista español, es la figura que proyecta una serie de valores, que la sociedad hace tiempo que los viene relativizando.
Todos intuimos que el discurrir de nuestra existencia, no transita por el mejor de los caminos. Pero las influencias a las que constantemente nos vemos sometidos, constituyen una niebla tan espesa, que nos impide divisar el horizonte. Ideologías fracasadas envueltas en el papel de la apariencia; modas que de la noche a la mañana mudan nuestros hábitos de vida; publicidad que nos crea necesidades innecesarias.
Hablamos de valores, pero si nos preguntaran ¿Qué son?, probablemente no podríamos definirlos. ¿Cuáles son?, apenas si seríamos capaces de citar unos pocos que nos inculcaron nuestros padres, en el colegio, o aquellos que nos ha enseñado eso a lo que llamamos experiencia y que no es otra cosa que el inventario de nuestras decepciones y fracasos.
¿Qué son los valores? ¿Acaso son metas que nos fijamos? ¿Ideales que podríamos alcanzar? ¿Metas subjetivas, que dependen de la valoración que cada uno de nosotros les demos, de acuerdo a nuestra cultura, edad, sexo, educación o ideología, conceptos que cambian con la historia, el momento y las circunstancias, incluso hasta con el estado de ánimo de cada día, que es lo que estamos viviendo ahora? o ¿Deberían ser los ejes intemporales, no sujetos a influencias externas, sobre los que girase nuestra existencia, tales como el amor, la generosidad, la honradez o la nobleza?
La vida y su contexto es valorada de acuerdo a nuestra propia percepción. Pero ¿Estamos en condiciones de analizar y comprobar la información que recibimos, antes de tomar una decisión, evaluando sus consecuencias?
Hoy nos movemos en un mundo virtual, intangible, construido a medida de nuestros deseos y en el que todo —muchas veces, sin merecimiento alguno— lo queremos ¡Ya!
Hemos construido una sociedad en la que la temeridad y la osadía, hijas de la ignorancia, se alzan sobre la prudencia y la perseverancia, la terquedad sobre la comprensión, el desprecio sobre el respeto, el derrotismo sobre el espíritu constructivo, la mentira sobre la sinceridad, la irresponsabilidad sobre la sensatez, o el egoísmo sobre la generosidad.
En resumen, unos por acción y otros por omisión, hemos construido una selva en la que todo es posible y la única regla válida es: “Sálvese el que pueda”. Una jungla en la que prácticamente no tiene cabida el amor, el punto álgido de la expresión más noble del ser humano. La cumbre donde se reúnen y se toman de la mano todos los valores.
El Amor lo resume todo, porque «Amar» es «Dar». Dar lo mejor de uno mismo, para lograr el propio bien y el del otro.
Quizá porque este pañuelo que es nuestro mundo lo ha ensuciado la orgía de pasiones y egoísmos que nos mueven cada día, la nobleza, rectitud y espíritu de superación y sacrificio que proyecta el comportamiento de Rafa Nadal, brille con la fuerza que lo hace.
César Valdeolmillos Alonso