1. Amigo mío. Antoine De Saint-Exupéry
Amigo mío,
tengo tanta necesidad de tu amistad.
Tengo sed de un compañero que respete en mí,
por encima de los litigios de la razón,
el peregrino de aquel fuego.
A veces tengo necesidad de gustar por adelantado el calor prometido,
y descansar, más allá de mí mismo,
en esa cita que será la nuestra.
Hallo la paz.
Más allá de mis palabras torpes,
más allá de los razonamientos que me pueden engañar,
tú consideras en mí, simplemente al Hombre,
tú honras en mí al embajador de creencias,
de costumbres, de amores particulares.
Si difiero de ti, lejos de menoscabarte te engrandezco.
Me interrogas como se interroga al viajero,
Yo, que como todos, experimento la necesidad de ser reconocido,
me siento puro en ti y voy hacia ti.
Tengo necesidad de ir allí donde soy puro.
Jamás han sido mis fórmulas ni mis andanzas
las que te informaron acerca de lo que soy,
sino que la aceptación de quien soy te ha hecho
necesariamente indulgente para con esas andanzas y esas fórmulas.
Te estoy agradecido porque me recibes tal como soy.
¿Qué he de hacer con un amigo que me juzga?
Si todavía combato, combatiré un poco por ti.
Tengo necesidad de ti. Tengo necesidad de ayudarte a vivir.
2. A modo de prólogo
Este pequeño texto de Saint-Exupéry lo encontré hace unos cuantos años. No sé a qué obra de este gran autor (a mi parecer, por supuesto) pertenece, tampoco me interesó demasiado saberlo. Lo cierto es que siempre me atrajo muchísimo por la profundidad de sus palabras. Yo, que siempre experimenté grandes amistades, me sentí superado por este concepto de amistad que se entrevé en esos renglones. ¿Es posible decirle todas esas cosas a un amigo? Siempre había alguno de estos «datos» que se me hacían ajenos. Me parecía utópica esa idea de amistad. Hablar de «sed», de «calor prometido», de «cita»; me generaba una especie de rechazo, seguro a causa de esos prejuicios que uno tiene y que ante estas palabras se hacían evidentes. Sin embargo, esa atracción delataba una búsqueda en mí, como si mi corazón se dirigiera hacia eso, la búsqueda de los sentimientos más nobles. Encontrar un amigo que me reconozca y ame simplemente como soy, sentirme puro en él y descansar en él. Esto me parecía una gran «descarga afectiva» que en mi psicología me costaba aceptar.
Y esto pasó; encontré un amigo a quien dirigirle todas y cada una de estas palabras. La búsqueda siguió interrogándome desde dentro de mí, aceptando que tengo carencias, que todos las tenemos, necesidades, afectivas sí, simplemente como algo natural, propio en nosotros los seres humanos. Necesité y necesito ponerle nombre a todo esto. Es un poco lo que estoy intentando hacer.
3. Introducción
El tema de los afectos es una cuestión esencial en el hombre. Tan esencial que creo que es por eso que nos cuesta tanto llegar a la «médula». Es un tema que camina al borde de lo psicológico y de lo antropológico. En este último caso es como lo intento encarar. Trataré de ser lo más preciso y específico posible dentro de mis limitaciones y mi poco conocimiento. Con esta humilde investigación, pobre seguramente, quisiera ponerle nombres a algunas realidades que nos tocan vivir, estoy seguro que a todos, en este campo afectivo.
Somos seres incompletos, necesitados de los demás, de su reconocimiento, de su cariño, de su amor y de su manifestación en los afectos. Necesitamos una sonrisa, un gesto cariñoso, un abrazo para poder seguir. Un abrazo nos puede descontracturar más que una sesión de kinesiología, nos puede consolar más que mil palabras. Y, sin embargo, nos ponemos centenares de limitaciones. Estas limitaciones pueden ser prejuicios, cuestiones culturales y hasta alguna traba psicológica.
Estas cosas nos hacen que seamos afectivamente inmaduros, nos dejan incompletos, nos hacen sufrir nuestra soledad. Alcanzar la madurez afectiva es tarea de todos los días.
El papel de la afectividad es un elemento fundamental en la formación de nuestra personalidad porque nos integra de una forma especial, en nuestra relación con nosotros, con los demás, en nuestra sexualidad, en nuestro trabajo o profesión, cultivando relaciones sociales amistosas. Podemos considerar la madurez afectiva como requisito indispensable para el óptimo funcionamiento de nuestra personalidad.
El tema es muy amplio. Me gustaría, en este caso, orientarlo en la línea afecto-amor-amistad; sin ser específicamente estricto en ninguno de estos temas en particular sino hacer un pantallazo general del asunto dejando sólidas algunas ideas fundamentales.
4. Definición
Para abordar un tema me parece necesario recurrir a su definición, a los conceptos que se tienen en algunos campos para dicho tema.
El hilo primordial de la investigación será el afecto.
La psicología lo define de muy variados modos. Puede equivaler a sentimiento, afección, estado de ánimo, comprendiendo los diversos elementos de la afectividad. Se entiende frecuentemente en el sentido de estado de emoción, sentimiento intenso y relativamente corto; en sentido amplio, es afecto todo proceso afectivo. También destaca las expresiones afectivas como movimientos y actos de causa afectiva y que tienen relación con los reflejos.
La filosofía lo define como emoción en un sentido muy similar a sentimiento. En ocasiones se distingue entre «sentimiento» y «emoción», considerándose la emoción como una especie de sentimiento. Los sentimientos pueden ser corporales, como cuando se siente frío. Las emociones, aún si se consideran fundadas en procesos corporales, no necesitan describirse en términos corporales. Así, se estima que sentir alegría, temor, amor, etc., son emociones.
«Ahora bien, para la mayoría de los autores, los sentimientos, afectos, emociones y pasiones, comprenden no sólo unas determinadas «sensaciones», o unas modificaciones de la conciencia, sino que habitualmente comprenden o implican ciertas alteraciones orgánicas, determinados deseos, un modo de conducta más o menos típico, etc., relacionados todos con un objeto específico.»
Me parece destacar la concepción del hombre como unidad substancial y referir esto a que cuando sentimos no es una parte de nosotros la que siente, sino la integridad de nuestro ser. Lo que sentimos en nuestro interior, también lo siente y lo manifiesta nuestro cuerpo. Por este lado vamos a encauzar el tema de los afectos.
Edith Stein, explicando los fenómenos ejemplifica que «el sentimiento requiere según su esencia una expresión.(…) Entre el sentimiento y la expresión existe una dependencia de esencia y de sentido, no de causa.» Este sentimiento y esa expresión están inexorablemente unidos. Si bien uno es la manifestación del otro, el uno sin el otro es como que pierde bastante su sentido. Si tengo un sentimiento, de alguna manera lo manifiesto y, si expreso algo, es porque algo siento. «Por ejemplo, en la risa, en la que se exterioriza mi alegría a modo de vivencia, se me da simultáneamente como un estiramiento de mis labios; en este caso yo soy consciente de mí en mi totalidad, no sólo de la alegría o de la risa.
Dentro de los afectos, también hay varios niveles.
El amor lo tenemos como en un primer nivel, como algo inmediato, como un «apetito primario» o «concupiscible» como lo llamaban los medievales. También el deseo y el placer o gozo, aversión y dolor o tristeza.
En un segundo nivel, como «apetito mediato», como consecuencia del bien o evitación del mal tenemos la esperanza y la desesperación, el temor, audacia y la ira. Muchos afectos aunque están encuadrados en una clasificación, no por eso quedan excluidos de otros, pues se prolongan en estratos más profundos y se integran a la vez con otros.
Hasta aquí, me parece tener una definición y una idea simple y concreta.
Ser Con Los Demás
Ahora bien, recién hablábamos del afecto como una necesidad natural, necesidad del otro, de la relación interpersonal con el otro, el amor del otro, el reconocimiento, etc.. Es propio del hombre la relación interpersonal. No fuimos creados ni para ser ni para estar solos. Nadie crece ni se forma solo.
El profesor belga J. Gevaert dice esto: «El ser con los demás pertenece al núcleo mismo de la existencia humana.» Nuestra existencia es siempre hacia los demás, ligada, en comunión con los demás. «El otro está indudablemente presente a la existencia personal, pero como uno que afecta a la existencia en sus dimensiones más personales.» También dice: «Antes de toda relación con el mundo e independientemente de ella, cada uno (el yo) tiene una relación con el otro (el tú). La relación con el otro se caracteriza por la inmediatez: el otro está inmediatamente presente, sin conceptos, sin fantasías, etc….» No hay razonamientos ni nada que mediaticen este encuentro, por esto mismo no es algo «conflictivo» sino más bien una relación de pares, el uno y el otro en una perfecta reciprocidad. En ese encuentro soy auténticamente «yo» y el otro es auténticamente «tú».
De este modo se hace esencialmente necesaria nuestra relación con el otro. ¿De dónde parte esta necesidad? Podemos decir que esta necesidad personal primera es vectorial; esto significa como una flecha, con una dirección. «Yo necesito a una persona con una intensidad y con una inclinación u orientación muy precisas. Lo necesito para algo, no lo necesito personalmente sino por aquello que la persona tiene o lleva consigo; su cuerpo, su esfuerzo, su destreza, su desplazamiento social, su apoyo…» Podemos poner el ejemplo de un bebé con su madre: el bebé, todavía inconsciente, «ama» a su madre porque la necesita. La tendencia humana se orienta siempre al bien, aquí al bien sensible. Este apetito natural de cada ser por su bien sería la forma fundamental y única del amor.
De todo el campo tendencial de los apetitos humanos brotan las respuestas al bien o al mal propuestos; estas respuestas las podemos llamar afectivas. El bien mueve el apetito inmediato – dentro de los cuales incluimos al amor como motor exclusivo de la vida afectiva -, es su objeto, ningún ser rehuye al bien en cuanto bien, sino que todos tienden a él.
Aquí me gustaría poner como en un acertado paréntesis un pensamiento de San Agustín (Confesiones, XIII, 9). San Agustín dice agudamente: «Mi amor es mi peso; por él soy llevado a dondequiera que soy llevado». La imagen del peso viene en San Agustín de su idea del «lugar» natural de cada cosa y del ideal del «reposo»: «nuestro descanso es nuestro lugar»; y esto lleva a pensar en el peso del cuerpo; pero inmediatamente supera esa interpretación inercial: «el cuerpo por su peso tiende a su lugar; pero el peso no es sólo hacia abajo, sino hacia su lugar». La idea de San Agustín no está muy lejos de la idea de vector: el amor es el peso que nos lleva a uno u otro lugar, en una u otra dirección.
Seguimos insertando la idea del amor como algo propio del afecto y viceversa. Gevaert sigue con esta idea: «El amor concreto existe generalmente con un color afectivo, distinto según sea la relación amorosa.» Va a ser muy distinto el amor conyugal al que hay entre padres e hijos y al amor de amistad. Este último es el que más me interesa en este caso y nos detendremos más adelante.
Así podemos afirmar que el otro (el tú) viene a ser como un «constitutivo formal» del propio yo. No es que no exista un yo sin un tú: es que el tú mismo viene a formar parte esencial del propio yo. No basta que el otro sea un ser real: es además factor esencial de mi yo.
La unicidad de la persona no se revela mas que en la comunión interpersonal. La persona es por excelencia el ser de la palabra y del amor.
La persona manifiesta además un «carácter sagrado» o «metafísico». La unicidad no queda constituida por el encuentro de personas, sino que en cada encuentro o comunión se manifiesta y se impone como una realidad que finalmente no procede ni de mí ni de ti; una realidad que es anterior a mí y a ti, y que precisamente es la que hace posible el encuentro y la comunión interpersonal. En este sentido la realidad de la persona es la realidad trascendente, la realidad metafísica por excelencia.
Aunque las relaciones interpersonales se ofusquen por conflictos y contrastes (como por ejemplo la injusticia, la muerte…) el hombre es constitutivamente un ser con los demás, orientado a los demás; y realiza su existencia gracias a los demás y juntamente con los demás.
Esta realidad interpersonal no está separada del Dios creador que da el ser al hombre. Por eso el encuentro con el tú es también el camino hacia Dios. La relación interpersonal está ligada a la relación con el tú absoluto.
5. Amor, afecto y desarrollo
Creo que queda claro el tema de la necesidad de los demás. También quiero destacar aquí la necesidad de ese reconocimiento, de las manifestaciones afectivas. Necesitamos «sentir» que el otro nos ama y también necesitamos manifestarle al otro que lo amamos. Esto lo manifestamos con nuestro cuerpo. El cuerpo es el campo expresivo del hombre donde realiza su existencia. En todo sentido. Y en el hecho de ser para los demás el cuerpo adquiere otro significado, como presencia en el mundo, como origen de la instrumentalidad y de la cultura y en este caso que nos interesa a nosotros, como comunicación con el otro y reconocimiento del otro.
El lenguaje táctil es otra forma de lenguaje corpóreo que se da específicamente en el afecto y en las expresiones corpóreas de afecto. Continúa Gevaert: «El abrazo, la caricia, la ternura, el cachete, etc., son un lenguaje cuya importancia resulta muchas veces decisiva, no sólo durante los primerísimos años de la infancia, sino incluso en la vida del hombre adulto, en lo que respecta al equilibrio humano y a la posibilidad de comunicar con los demás. La psiquiatra A. Terruwe observa:
Cuando se ama a alguien, se siente naturalmente la necesidad de tocarlo. La madre toma al niño, lo aprieta contra su corazón, lo mece; el hombre estrecha la mano del amigo, le da una palmada cariñosa en la espalda; la muchacha camina del brazo, abraza, besa, acaricia; de este modo hay infinitas formas táctiles con las que se manifiesta el afecto… La expresión táctil del amor es la más original de todas.»
El niño que no ha experimentado un amor afectivo no sólo no llega a madurar en sus sentimientos, sino que cae en la neurosis. Sin entrar en terreno psicológico me parece necesario ver este problema con una dimensión también filosófica, puesto que afecta al hombre en su ser más hondo. No sólo psicológica, sino también humanamente la suprensión del amor afectivo y las manifestaciones de afecto pueden conducir a una neurosis de frustración. Esto es algo muy típico en nuestra civilización moderna.
Otra forma expresiva de afecto es simplemente estar juntos, aunque no se diga nada. Este silencio puede tener una gran intensidad de lenguaje.
«La afirmación, contenida en el amor afectivo, es por eso mismo el fundamento de toda la existencia social del hombre; es ella la que da al hombre ser lo que es, y al darlo a sí mismo lo hace capaz de ser para los demás, de darse a los demás.»
El amor recibido de los demás es uno de los factores más determinantes para el desarrollo y equilibrio de las personas.
En el contacto con el otro el hombre se percibe a sí mismo, saliendo fuera de sí. El amor es una respuesta afectiva también sensible. «Si quisiéramos ilustrar la importancia del amor afectivo y del amor en general, podríamos recurrir también a la imagen negativa: el día que un hombre o una mujer tienen la impresión de que no hay nadie en el mundo que los aprecie, caen en la sensación de que el vacío absoluto inunda su existencia.»
Seguimos con la idea de la naturalidad del amor y de los afectos. Al hablar de que es algo natural decimos que no es algo adquirido, sino que es idéntico a la naturaleza misma, que no exige intervención del conocimiento. Por lo tanto el amor no es una ficción ni algo artificial ni un fenómeno adquirido por repetición de actos.
Desde este punto de vista, el amor es un dato natural y no una fantasía sin relación con el fin natural de los seres.
Podemos concluir diciendo que no sólo es necesario recibir amor, sino que también son necesarias las manifestaciones de ese amor que se nos da. Repitiendo un concepto que teníamos antes decimos que entre el amor y las manifestaciones de afecto no hay una relación de causa y efecto sino que tienen una dependencia esencial y de sentido el uno con el otro.
Amor En Sí
Ahora vamos a detenernos un poco sobre el amor. ¿Qué es? ¿De dónde viene? Vamos a comenzar buscándole una definición. En su origen etimológico para algunos deriva de vocablos griegos (que no los vamos a escribir, sólo su traducción). Una de las traducciones significa semejante, pues los que se aman son semejantes; otra es desear vivamente: amor implica un querer intenso y ardiente; otra significa ligar, conectar, pues lo propio del amor es juntar a los amantes. «Amor abarca también el espectro semántico del término caridad, que significó inicialmente entre los latinos lo que expresa el español carestía, situación en la que se carece de algo necesario.» Esta riqueza semántica (en el griego) delata un poco la riqueza de sentido que lleva la palabra amor.
Antes decíamos que el amor estaba incluido dentro de los apetitos concupiscibles o inmediatos o primarios, como una «conveniencia». Cruz C. aclara un poco esto así: «No se debe confundir el amor con el deseo ni con el gozo o alegría.» El deseo va a surgir del mismo amor que nos va a llevar a gustarlo. El gozo se va a dar en el bien inteligible, el bien del espíritu; y también en la sensibilidad, en el cuerpo. Hay una tendencia al goce, un deseo común, al alma y al cuerpo. Continúa: «El amor espiritual añade al amor en general una elección previa; es claro así que el amor espiritual no se encuentra en los apetitos, sino sólo en la voluntad y únicamente en la naturaleza racional.» Aquí se hace la diferencia entre ese «amor primero» del que hablaba cuando ponía el ejemplo de la madre y el bebé, y cuando ya soy consciente de ese amor, aquí conozco y amo con libertad.
Por todo esto sería error considerar al amor como una especia de apetito sensible refinado, como si en lo espiritual hubieran instintos como en lo corporal. Aquí el apetito natural es de cada ser por su bien y el amor sería la forma fundamental y única.
«En la persona del «otro» está el objeto formal del perfecto amor: se ama algo porque es bueno, porque encarna la índole del bien: «algo es amado en cuanto tiene razón de bien». Lo cual no equivale a afirmar la prioridad del amor interesado y la subordinación del bien sujeto al amante. Porque el bien no es bueno porque sea apetecible, sino que es apetecible porque es bueno. Afirmar que el bien es el objeto formal del amor es fundar no sólo el carácter extático o desinteresado del amor, sino fundar el amor sin más.»
Ahora, ¿cuál es la causa del amor? El amor que me realiza y perfecciona como hombre no es inmotivado, tiene causa. Podemos resumir la causa del amor así: es el bien objetivo y real de la persona amada. Amar es complacerse en el bien que existe en el otro. Y ese amor lo puedo descubrir de varias formas: cuando amo a alguien: es una experiencia activa e inmediata, el objeto directo del amor es el otro; cuando observo el amor en otras personas que se aman: es una experiencia mediata; y la forma más especial es cuando yo soy amado: es una experiencia pasiva e inmediata y el objeto del amor soy yo mismo; al ser tocado por el amor de otra persona advierto que el contenido del amor se me aproxima de modo único. Todas estas experiencias ayudan a comprender lo que es el amor: afirmación afectiva o complacida que un ser humano hace de la existencia del otro.
El amor es una respuesta afectiva; y puede ser tanto sensible como espiritual.
«En el plano ontológico esencial, o desde el punto de vista de la interioridad objetiva, el amor ha quedado definido como el principio radical de la dinámica afectiva cuyo término es la propia plenitud. Pues bien, desde el punto de vista de la conciencia, el amor es la captación de la plenitud y perfección de otra persona en tanto que susceptible de ser realizada por uno mismo y en tanto que en la realización de esa plenitud va implicada la propia autorrealización, de modo que ésta pueda alcanzar una plenitud antes insospechada. Dicho brevemente, el amor es la captación de un tú, de cuya plenitud depende la propia, y de tal modo que ese tú despierta lo mejor que hay en el yo. Desde esta perspectiva, el amor es un sentimiento y una tendencia.»
«En el amor se produce, pues, la unión de dos subjetividades de modo que cada una media en la plenitud de la otra. El amor como sentimiento es la anticipación de la realización conjunta de dos subjetividades. Por eso, Aristóteles mantiene que la obra del amor es la unidad, S. Agustín que el amor es la tendencia a la unidad y Hegel que el amor es la unidad de la identidad y la diferencia, es decir, la unidad en la que dos subjetividades alcanzan la identificación de una con la otra pero sin que eso suponga la anulación de una por la otra sino, al contrario, de tal modo que la diferencia se mantenga.»
A todo esto decimos que el amor consiste en la respuesta de un ser a otro o al bien idéntico al ser.
«Es pues imposible imaginar que nuestra voluntad para amar, incluso con el amor más puro, sin realizar a la vez su propia perfección, o sea, sin obtener por el propio ejercicio del amor del bien, bajo su razón formal de bien último, el acabamiento para el que ella está formalmente hecha y para el cual no puede no ser hecha.»
6. Amistad E Intimidad
Cuando el amor honesto y sincero se hizo hábito en alguien, se dice que se quiere con un amor de amigo. Al decir que es un hábito también decimos que se construye, es una unión que se fragua con el tiempo.
El amor de amistad se coloca decididamente fuera del ambiente familiar y se aparta del color sexual. Según Santo Tomás, el amor de amistad es un amor perfecto. En este amor perfecto salgo totalmente fuera de mí terminando en mi amigo amado; yo amo a mi amigo por él mismo. Es un éxtasis de la intimidad (éxtasis no como algo sobrenatural, simplemente como ponerse fuera de sí), «la unión afectiva íntima entre el amante y el amado, que es el amor, supone la salida del amante de sí mismo y su persistencia afectiva en el amado, el éxtasis.» En ese éxtasis yo me encuentro a mí mismo en el otro. Es el acto más encumbrado del amor, es la aprobación que hace mi intimidad de la intimidad del otro. Esta intimidad no es un espacio cerrado sino una relación que une por dentro a las personas. «La intimidad, interioridad relacionada, se forma o fragua en el curso de la vida personal – el hombre comienza a descubrir la intimidad en una etapa de su vida -, y podemos contribuir a fomentarla en el otro: es más, ella no se profundiza ni se amplía sin el contacto con el otro. Una intimidad es fuerte en la misma medida en que tiene capacidad de compartir y de relacionarse creativamente.» Por eso esta interioridad, esta intimidad no es distancia sino que se convierte en vínculo. No hay otro modo de apertura personal total que la realizada en la intimidad. El amor de amistad es siempre íntimo, y en ese amor íntimo encontramos nuestro bien humano y perfecto afirmando el bien absoluto. «Si la felicidad de un ser consiste en la realización de su naturaleza, y si lo propio de la naturaleza espiritual del hombre es estar referida al bien como a un absoluto, entonces la felicidad del hombre se consigue mediante el amor al bien por sí mismo.»
Esto va a implicar también un profundo conocimiento de mí mismo, «…la amistad se refiere a una relación de intimidad. Por lo tanto, no puede darse en profundidad hasta que la persona llega a descubrir su propia intimidad y aprende luego a compartirla con los otros.» Esto también va a implicar un desarrollo de las virtudes, no puede caber amistad donde falta virtud, es algo imprescindible. Me parece importante citar algunos ejemplos para mostrar esto. «La lealtad es la virtud que ayuda a la persona a aceptar los vínculos implícitos en la adhesión al amigo, de tal modo que refuerza y protege, a lo largo del tiempo, el conjunto de valores que representa esta relación. La generosidad facilita al amigo actuar a favor del otro teniendo en cuenta lo que le es útil y necesario para su mejora personal. El pudor controlará la entrega de aspectos de su intimidad. La comprensión le ayudará a reconocer los distintos factores que influyen en su situación, en su estado de ánimo, etc.. La confianza y el respeto lleva al amigo a mostrar su interés en el otro y que cree en él y en sus posibilidades de mejorar continuamente.» Podemos decir que los buenos amigos luchan por superarse en sus virtudes exigiéndole también al otro comprensión y ejemplo. Hoy en día se le dedica poco tiempo a los amigos y esto no es lógico ni humano.
«La amistad es un amor recíproco que realiza la unión de dos voluntades, y por ello la de los sujetos (S.Th. I-II, 28, 1-3). En el orden humano, cada uno de los amigos considera al otro como a sí mismo, quiere el bien del otro como el suyo, siente las alegrías y las penas del otro como las suyas, busca por último la presencia del otro porque es una alegría igual para ambos.» En el amor de amistad, el amante se ordena al amado como a sí mismo y se supone una cierta comunión de vida, unidad de pensamiento, de sentimiento y de voluntad (esto no quita que se puedan tener amigos con criterios distintos a los de uno). Esto es lo propio y formal del amor: la unión afectiva del amante con el amado. Me resulta interesante el modo de definir a los componentes de una amistad que utiliza Cruz Cruz, amante y amado, uno que ama y otro que es amado.
La tendencia del amante hacia el amado se orienta hacia lo que le es semejante. El amor es entre semejantes. Uno ama aquello que le es semejante. Un modo de semejanza es cuando los semejantes poseen lo mismo en acto. Este modo de semejanza produce un amor perfecto. «…Puesto que por lo mismo que dos seres son semejantes, al tener en cierto modo una sola forma, son como uno solo en aquella forma, a la manera que dos hombres son uno en la especie de la humanidad, (…) y por esto el afecto del amante se dirige hacia el amado como a sí mismo, pues cada uno – por su identidad ontológica o semejanza sustancial consigo mismo – se ama a sí mismo con amor natural perfecto, que es amor íntimo. Un buen ejemplo de esto lo da San Agustín al hablar de la muerte de su amigo íntimo al decir que era «la mitad de su alma»; «porque yo sentí que mi alma y la suya no eran más que una en dos cuerpos, y por eso me causaba horror la vida, porque no quería vivir a medias, y al mismo tiempo temía mucho morir, porque no muriese del todo aquél a quien había amado tanto.»
Todos debemos tener (y si no, deberíamos tener) experiencia de amistad, así que creo que todo esto sólo define de una manera más fina el concepto de amistad.
7. Conclusión
«A la pregunta sobre para qué necesito a alguien, sólo puedo responder con una historia, con una porción significativa de mi biografía o con su totalidad.»
Un poco la idea de todo este trabajo, de esta investigación, era comprobar la necesidad de cada uno por el otro, por el amor, la amistad, el afecto. Y ciertamente cada uno responde a esto con su propia historia. Cada uno tiene su propia experiencia de salir de sí y su modo particular de necesitar, pero creo que en muchos de todos estos puntos podemos coincidir.
¿Por qué tengo esa necesidad de salir de mí, de buscar «algo» en el otro? Esta búsqueda natural está impulsada por el amor. Buscamos una verdad, la verdad de nosotros mismos, nos buscamos a nosotros mismos. En el fondo buscamos a Dios. Quien busca la verdad, aunque no lo sepa, busca a Dios.
La búsqueda comienza por nosotros mismos, en nuestro interior. Y automáticamente somos impulsados a salir de nosotros. No somos seres cerrados que además somos capaces de ponernos en contacto con otras personas, sino que en la comunión interpersonal se revela la unicidad de nuestra persona. Me percibo a mí mismo cuando salgo fuera de mí, en el contacto con el otro; con el lenguaje del amor de la otra persona para conmigo tomo conciencia de mí y de mi dignidad.
Sólo quien se experimenta a sí mismo como persona, como un todo pleno de sentido, puede comprender a los otros. Y así nos construimos recíprocamente. Nos necesitamos para ser seres humanos plenos.
Nuestras acciones han perdido naturalidad, nuestro trato es incompleto. Y así ponemos barreras para encontrarnos con el otro y por consiguiente con nosotros. Hemos perdido transparencia, hemos perdido el contacto con el otro y es preciso recuperarlo.
Estamos orientados al bien, o sea que naturalmente lo buscamos. El bien nuestro y el bien del otro. Y esta es la forma del amor. Y ese amor lo manifestamos, necesitamos manifestar el lenguaje del amor con expresiones, con nuestro cuerpo. Decíamos que la expresión táctil del amor es la más original de todas. Original haciendo referencia a que es de «origen», como principio.
El amor es el principio radical de la dinámica afectiva cuyo término es la propia plenitud.
El amor recibido de los demás es uno de los factores más determinantes para el desarrollo y equilibrio de la persona. Y el amor y las manifestaciones de afecto tienen una dependencia esencial.
El amor perfecto se da en la amistad donde deseo el bien de mi amigo por mi amigo mismo. La amistad es un hábito que tiene por objeto las acciones para con los demás bajo el signo de la gratuidad. Amo íntimamente a mi amigo simplemente porque es persona. Lo descubro más allá de lo que cuenta de sí mismo, desde su vocación, desde su esencia.
Toda amistad se funda en una comunicación de vida por eso tiene que haber una reciprocidad. Y ahí es donde voy buscando y encontrando mi plenitud.
Lo que conviene primero y más propiamente al amor es el amar y no el ser amado. Lo importante en los amigos es que lo son en cuanto amantes, en cuanto a principio de amor, no en cuanto son amados. Esto no quita que el ser amado por otro sea inductor para que yo corresponda al amor que se me da. Dice muy bien el dicho que amor con amor se paga. También dije que el encuentro con el otro también es camino hacia Dios, y en el amor nos vamos asemejando a Él. Amar como Él es siempre darse, salir de sí, tomar la iniciativa del amor, amar primero. Creo que si somos capaces de responsabilizarnos en el amor es ahí donde radica nuestra plenitud. El amor va a ser el que nos impulse a entrar en nosotros, a salir de nosotros para encontrarnos con el otro, a construir vínculos amistosos fuertes, sanos y libres.
A Modo De Epílogo
Espero humildemente que todo lo tratado brevemente en estas hojas aclare algunas cuestiones que, como dije antes, creo que son cuestiones que a todos nos tocan de cerca. Por lo menos a mí me sirve para ponerle nombre a mis sentimientos, tener claridad en ellos y moverme en este campo con la mayor libertad posible.
Creo que la madurez humana y afectiva es lo que hace que seamos personas equilibradas en nuestras relaciones. Este es el comienzo de un camino que es costoso; siempre digo que los conceptos en la cabeza son más fáciles de fijar y comprender, lo difícil es hacerlo carne en nuestro corazón porque siempre tenemos una tendencia al desorden. Tener estas cosas claras en la cabeza ayuda a estar «alerta» en la manera en que nos relacionamos y amamos fortaleciéndonos y templándonos.
Pensar en esto y tratar de crecer y madurar en el amor se convierte en algo fundamental.
Tener amigos con quien compartir la vida es un regalo precioso que debemos cultivar y cuidar.
8. Bibliografía Consultada
•GEVAERT, Joseph. El problema del hombre. Ediciones Sígueme. 10ª edición. Salamanca 1995.
•FERRATER MORA, José. Diccionario de filosofía. Alianza editorial. Madrid 1984.
•DORSCH, Friedrich. Diccionario de psicología. Editorial Herder. Barcelona 1985.
•MARÍAS, Julián. Antropología metafísica. Alianza editorial S.A. Madrid 1983.
•VERNEAUX, Roger. Filosofía del hombre. Editorial Herder. Barcelona 1985.
•Congregación para la educación católica. El celibato sacerdotal. Ediciones Paulinas. 2ª edición. Buenos Aires 1998.
•STEIN, Edith. Sobre el problema de la empatía. Universidad iberoamericana. México 1995.
•CRUZ CRUZ, Juan. El éxtasis de la intimidad. Ediciones RIALP. Madrid 1999.
•ARREGUI, J. Vicente y CHOZA, J. Filosofía del hombre. Ediciones RIALP. 3ª edición. Madrid 1993.
•SAN AGUSTÍN. Confesiones. Editorial Lumen. Buenos Aires 1999.
•ISAACS, David. La educación de las virtudes humanas. Ediciones Universidad de Navarra. 12ª edición. Navarra 1996
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