Hay personas a las que les tengo mucho cariño. Pero todos tenemos personas muy, muy especiales a las que agradecerles algo. Yo tengo dos. Y nunca alcanzarán a imaginar todo lo que han hecho por mí. Una de ellas sin saberlo porque nunca se lo he dicho, pero hoy lo sabrá. La otra persona sí lo sabe, pero no me cansaré de repetirle que ha sido mi mayor apoyo y que sin él no hubiera llegado a donde estoy. Éste es el mensaje de la tercera historia:
Ella sólo tenía 18 años cuando ya había perdido todas las esperanzas. Cada vez que había creído encontrar a alguien merecedor de llamarle “amigo/a”, esta persona le había dado la espalda haciéndole mucho, mucho daño. Comenzó a creer que la “amistad” era una mentira… que no estaba hecha para tener amigos… que la culpa era siempre suya… Vivía en una depresión constante. Ni siquiera la presencia de la persona a la que más quería la reconfortaba, y en ocasiones lo pagaba con él. Él lo soportaba todo, y compartía sus lágrimas y su dolor.
Llegó un momento en el que se encerró en su mundo y no dejaba acercarse a nadie. Desconfiaba de todos. Odiaba a la gente. Quería morir. Pensó en morir… Se ahogaba sola mientras sólo la mantenía en la superficie la mano con la que él la sujetaba. Pero su otra mano aún no tenía donde apoyarse. Sonreía por fuera mientras gritaba por dentro. Tenía miedo a sufrir… otra vez.
Y ahí comenzó todo. Empezaron a tratar cada vez más. A ella aún le costaba abrirse, pero poco a poco, sin saber muy bien cómo, su compañera le rompió todos los esquemas. Desde un primer momento se portó con ella mejor que cualquiera de las personas que habían pasado por su vida. Y lo siguió haciendo… y lo sigue haciendo… Su interés, su sinceridad y su cariño fueron los que tiraron de la otra mano que todavía tenía sumergida. Y gracias a esas dos personas que tiraban de ella, la sacaron del pozo…
Hoy ya no grita. Hoy ya no desconfía. Hoy ya no tiene miedo. Hoy es feliz…”.
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