es probable que si ahora hablamos de Después de la boda se lo debamos en buena medida a Lars von Trier. El controvertido cineasta danés no sólo ha sido capaz de convertirse en una referencia mundial sino que, gracias a iniciativas como Dogma, ha sabido aupar a un puñado de profesionales compatriotas que, de otro modo, hubieran tenido muchas más dificultades para traspasar con sus películas las fronteras de Escandinavia. Este reconocimiento al autor de Rompiendo las olas no desmerece la calidad de cineastas como Thomas Vinterberg, Anders Thomas Jensen o Susanne Bier. Simplemente constata la importancia y la necesidad para una cinematografía y un país de contar con nombres emblemáticos como el suyo.
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Pero si justo es reconocer a Von Trier lo que es de Von Trier; no lo es menos convocar a Ingmar Bergman a la hora de ubicar en algún legado este filme que en su arranque evoca la exitosa película de Vinterberg, Celebración , y que en su desenlace se enfrenta al coprotagonista de El Séptimo sello . El cine escandinavo, al menos visto desde esa lejanía que impide reconocer sus variedades más específicas, parece siempre tocado por un sentimiento trágico. Incluso cuando se adentra en la comedia, como en Wilbur se quiere suicidar , desde su título se viste de luto.
En ese panorama, Susanne Bier se ha convertido en una cineasta reconocible. Su Te querré para siempre , filme participado por el espíritu Dogma, y su siguiente obra, Hermanos , han podido verse, y lo que había en ellos es mucho de lo que encontramos en Después de la boda . Como en sus obras precedentes, Bier se sirve de una situación inicial sujeta a suaves pero perceptibles cambios. Cambios en los que el pasado cobra una importancia decisiva en el futuro, sometido al revés inevitable de la muerte.
En Después de la boda , filme que pudo haber ganado el Oscar que finalmente fue a recaer en La vida de los otros , Susanne Bier sin los corsés del decálogo Dogma y con voluntad de mostrar un estilo de autor, adopta un tono sombrío y denso. Su argumento es sencillo. Coincidiendo con la boda de su hija mayor, un acaudalado hombre de negocios invita a un compatriota misionero seglar en la India a una reunión con él. La idea es donarle una gran cantidad de dinero para sus huérfanos. No obstante, es notorio que el empresario oculta un misterio que empieza a resolverse cuando el misionero es invitado a la citada boda de su primogénita.
Para forzar la tensión, Bier refuerza esa zona de penumbra con amenazantes contraplanos entre las miradas de los vivos y los ojos de animales disecados y/o muertos. Después de la boda parece contraponer la riqueza decadente de Dinamarca con la pobreza vital de la India; pero en realidad su discurso va más allá de territorios y poderes, verbaliza la fugacidad de la existencia y la inevitabilidad de la muerte.
Susanne Bier reclutó a un puñado de actores magistrales. Y ellos se conducen con serena autenticidad para insuflar verdad a sus sueños y derrotas. La vieja desazón religiosa presente en el cine de Bergman ahora se torna en inquietud humanista no menos transcendente. Y aunque Bier asume que el espectador está para pocos matices, pese a concesiones y maniqueísmos, en algunos instantes, su cine sabe mancharse con el desgarro y el dolor. Y eso es una apreciable rara avis que habla de lo que casi nadie se atreve.
Lágrimas allí no valen, recordaba Buñuel al hablar de la muerte. Quizá por eso mismo, Bier rasga con el tono de cuento moral lo que era materia de drama solemne.
Dirección: Susanne Bier. Guión: Susanne Bier y Anders Thomas Jensen. Intérpretes: Mads Mikkelsen, Rolf Lassgård, Sidse Babett Knudsen y Stine Fischer Christensen. Nacionalidad: Dinamarca. 2006. Duración: 122 minutos.
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