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un cuento de amor ( Ella en los pájaros )

Y colorin colorado este cuento no se ha acabado sino que empeza 😉 todo amistad todo Amor, no dejen de mirar en esta categoria otros muchos cuentos y libros sobre el Amor y la Amistad.

(Todo empieza a escribirse como si tuviera un final pero luego nos damos cuenta – yo primero y ella después – que el final no podrá escribirse nunca: estamos ante una historia que sólo puede ser feliz y que nunca se cerrará, porque a cada instante nos seguimos completando)

I

“Si no existe la memoria, todo lo nuestro es suicida”, dice siempre Andrés. Ahora camina despacio mirando hacia arriba y ve los pájaros en vuelo y vuelve la mirada hacia adelante y mientras no los mira los recuerda. Comienza a anochecer. Andrés sabe que no puede olvidar: para qué intentar reprimir la tragedia si al fin y al cabo es más doloroso querer sepultar un recuerdo y hacerlo renacer en cada intento fallido que darle su merecido lugar en nuestra retina. Por eso te admiro, Andrés, porque nunca te das por vencido. Porque nunca callás tu memoria.

El cuento es una narración breve de hechos imaginarios o reales, protagonizada por un grupo reducido de personajes y con un argumento sencillo. Aqui teneis una pequeña seleccion de cuentos infantiles SOBRE EL AMOR Y LA AMISTAD podeis ver mas pinchando sobre los numeros espero sean de su interes, agrado y util

Andrés todavía cree que el amor es posible. Ahora cruza lentamente y dobla a la derecha. Evoca imágenes de una noche maravillosa y paradójicamente frustrante (cómo explicarlo, cómo entender), y después ve los pájaros sin mirar al cielo. Vive la pena. Se repite todo el tiempo que aún no ha experimentado la felicidad. Pobre Andrés, a veces pienso que la vida ha sido injusta con él. Cuando llega a la esquina cruza hacia la izquierda. La oscuridad trae el frío y Andrés apura el paso.

A veces escribe Andrés. Quizás para mostrar lo que ve del mundo, o para expresar su enojo o su angustia. Siempre dice que la poesía es demasiado rebuscada. Prefiere la música, o la prosa.

Cuando cruza huele el suero que atraviesa las rejillas del sanatorio que dan a la calle. Le gusta el silencio del barrio, aunque para él sea el más terrible signo de caos. En la última cuadra – generalmente la más larga – los recuerdos vuelven. Aparecen, en sucesión casi instantánea, el pasado, el amor aún no correspondido, la búsqueda permanente. Cruza por última vez y en pocos segundos llega a la puerta de rejas azules. El piano se escucha nítidamente desde afuera, gracias al silencio. Al desorden. Mira hacia los costados antes de abrir y después sí, sube los escalones y entra. Ya no hace frío.

Siempre me sorprendió Andrés. A pesar de todo nunca deja de sonreír. Y hoy me saluda. Y yo lo miro y le digo que su frase es casi perfecta.

II

Ella también sabe. Pero a veces no recuerda. Cuando camina, quizás cuando sospecha que lo que quiere está en otro lado, piensa en él. Ella también ¿cree? en el amor. Y quizás cuando afirma que se está enamorando y no pronuncia el nombre (me estoy enamorando de alguien, dice), lo haga por inseguridad, o por jugar con él. Esa ambigüedad que crea suspenso puede ser trágica, por momentos he llegado a pensar que no es fruto del azar, sino de algo pergeñado con viles propósitos; por qué no, tal vez – la esperanza siempre subsiste, en alguna parte, latente – con el objeto de atraparme aún más en las redes de eso que llamamos amor.

Camina sin mirarlo (no lo mira como él la ve cuando contempla los pájaros en vuelo y el cielo y las ilusiones y la reconoce a ella, angelical, presente en todas partes). Dirige los ojos a otro lado, no a los pájaros. No. Busca otra cosa, tal vez nada, tal vez piensa en él, y después se lleva un caramelo a la boca. Cruza, se refugia – como él – en la sombra. Faltan pocas cuadras. Canta hacia adentro alguna de sus canciones, porque ella, como él, sabe. Y es inevitable que se detenga en esa frase, auténtica poesía que reclama no olvidar. No olvidar, eso. Que no te olvides. Que la vida es una sola y acá están. Vos y él. Vos acá, él ahí, en tus recuerdos que a veces se esconden.

Llega a la esquina y sonríe. Le obsequia al mundo ese gesto suave, delicado, aunque nadie pueda verlo en ese momento – yo ya lo he conocido –. No me pregunten por qué, no sabría explicarlo. Es simplemente mágico. En realidad, diría que ella es así, que a pesar de todo, como él, siempre está feliz. Te quiero. Muero y renazco en tu sonrisa. Aunque a veces no pueda entenderte. Ya es casi tarde y entra por la puerta verde que está abierta de par en par. Se pierde en el día. ¿Volverá? Entonces me pregunto si algún día seré capaz de perdonar. O por lo menos, de poder mirar a los pájaros sin verla a ella.

(Sí, vuelve. Comienza a escribirse lo no planificado, lo sucedido sobre la marcha. La inconmensurable alegría de compartir todo, de vivir el uno en el otro)

III

El tiempo, ese infinito avatar de desilusiones sólo matizado por efímeros momentos de alegría, a veces deja de ser tiempo. Sólo cuando le abre paso a la vida vuelve la esperanza. Y acaso Andrés, que quizás ya ha llorado – por dentro, siempre por dentro –, que ya ha sangrado, descubre que no ha sido en vano creer, persistir. Querer. De repente se mira y la ve a ella, ella tomando su mano, ella sonriendo, ella queriéndolo y ya no de otra manera, ahora tan mutuos; ella única mojando sus labios. Y vuelve atrás en el tiempo y recuerda los días, la rutina, la desazón. Y sonríe y la desea y la grita suya. Reabre una historia que aparentaba haber terminado y que ahora recién comienza. Cómo explicar que ella ha vuelto, cómo hacerle entender a todos que él ya es otro. Que ya está lleno, que se completa con ella que es él: sus cuerpos sólo uno, unidos por el fuego sagrado de la pasión y el amor. Y el amor, qué será. Ojalá sea esto, pronunciarla en cada instante, pensarla en cada momento, extrañarla interminablemente. Besarla en silencio, a la distancia, ilusionarse una vez más, escribir permanentemente la historia. Evocar cada momento y recordar. Momentos únicos e irrepetibles, tan irrepetibles como ella. Ella hecha sonrisa, ella sonriendo (cuando sonríe no sonríe sólo su boca, sonríen sus ojos, sonríe toda ella); ella intensa compañera de todo, único pensamiento posible.

Mientras Andrés se acomoda para seguir escribiéndola, escucha su canción, vuelve a pensar en su frase, la escucha a ella, la ve a ella, la reclama, la necesita. Pero sabe que estará, de aquí en más en él y él en ella, que ya la historia es otra, historia de amor y no de descontento, historia continua y nunca acabada.

IV

Despierta solo. Busca en la cama su otra parte. Pero no se completa. Ella está en otro lado. Ella seguramente también lo busca a la distancia, ella también despierta y lo busca y lo palpita y lo mira y se ve en el espejo.

Y cuando él la piensa, vuelve a buscar frases.

(Yo te miro cuando callo, en la tarde, en luna llena, en enojo, en oscuridad. Yo te encuentro en los pájaros que abrigan la ventana, te madrugo, te veo pasar. Yo te invento, yo te creo y te vuelvo a crear. Yo te amo en el pasillo, en la flor. Yo te exijo que me abraces en la lluvia. Yo te admiro, te estremezco, te hago gritar. Yo te beso despacito.

Yo te quiero en todas partes.

Yo te todo).

Después le agradece a ella en silencio. La mira en las fotos. La saborea suya aunque ahora, hoy, todavía, la extrañe. Y ella lo acaricia y él siente su mano. Vuelve a sonreír, y luego duerme en la cama vacía, un poco más. Sabe que la encontrará en cada momento, en cada lugar. Ella siempre todo, hasta en los sueños le grita te amo.

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